El papel
arrugado
Era un
día normal
en la
escuela
cuando
Carlos, uno
de los
estudiantes
más
conflictivos
del colegio,
golpeó a uno
de sus
compañeros
después de
discutir por
una tontería.
No contento
con eso
también
insultó a
David, el
chico con
quien había
peleado por
un
comentario
inofensivo.
En el fondo,
Carlos era
una buena
persona pero
no sabía
como
controlar
sus
emociones.
En casa sus
padres no le
prestaban la
atención
suficiente,
por lo cual
todo el
tiempo
estaba
buscando la
manera de
hacerse
notar.
Lamentablemente
no era la
primera vez
que tenía un
problema
como aquel
en el
colegio.
Todos
conocían a
la
perfección
los ataques
de ira de
Carlos, por
lo que
constantemente
era regañado
por los
profesores y
enviando una
nota a sus
padres.
Lo peor de
todo era que
siempre se
arrepentía
tras agredir
a sus
compañeros,
y aunque les
pedía
disculpas,
veía como
poco a poco
todos se
alejaban de
él.
Aquel día,
uno de sus
profesores
lo observó y
lo llevó a
su despacho,
luego de que
intentara
pedirle
perdón a
David por
haberle
pegado e
insultado.
El chico
todavía
respiraba de
manera
acelerada y
tenía la
cara roja de
vergüenza.
—No ha
estado nada
bien lo que
hiciste —le
dijo el
profesor
seriamente.
—Yo sé que
estuvo mal,
pero ya le
pedí perdón
a David—dijo
Carlos
ofuscado—,
no sé porque
todos se
enojan tanto
conmigo. A
veces no
puedo
controlar lo
que siento y
estallo,
pero a fin
de cuentas
sé pedir
disculpas.
El profesor
tomó
entonces una
hoja de
papel, nueva
y lisa, y se
la entregó.
—Toma —le
dijo—,
arrúgala.
A
pesar de no
comprender
porque le
decía
aquello,
Carlos hizo
una bola con
el papel
como le
indicaba,
arrugándola
con sus
manos.
—Ahora —le
dijo su
profesor—,
déjala como
estaba
antes.
Carlos
volvió a
extender la
hoja e
intentó
volver a
alisarla con
sus manos.
Pero por más
que le
pasaba las
manos por
encimaa, el
papel no
volvió a
verse igual.
Ahora tenía
arrugas por
todas partes.
—El corazón
de los demás
es igual que
ese papel
—le explicó
su
profesor—,
no importa
cuantas
veces les
pidas perdón;
aún si
hacerlo es
demostrar tu
humildad
para
reconocer
que te
equivocaste.
Puede que te
disculpen,
pero tus
ofensas
habrán
dejado para
siempre una
arruga en
sus
corazones,
como una
huella
imborrable.
Carlos
reflexionó
en lo que le
decía y se
dio cuenta
de que tenía
razón.
—Es muy
importante
que antes de
hacer o
decir algo,
debes pensar
en las cosas
que podría
provocar y
en si
podrías
lastimar a
alguien. La
próxima vez
que te
enfades con
alguien,
acuérdate de
ese papel
arrugado y
tal vez
puedas
controlar
mejor tus
emociones.
Carlos
escuchó el
consejo de
su profesor
y de ahí en
adelante, su
conducta
mejoró
bastante. A
veces seguía
teniendo
diferencias
con sus
compañeros,
pero esta
vez no
reaccionaba
agresivamente,
sino que
respiraba
profundo y
trataba de
tranquilizarse
antes de
hacer una
tontería.
Así fue como
recuperó la
confianza de
sus maestros
y amigos.
Desconozco
el autor
Martes 4 de
abril del
2023 |